Por Diego Encina
Eran
aquellos tiempos turbulentos. El Virreinato del Rio de la Plata sucumbía ante
el desembarco de ideas liberales, la pasión criolla y amor por una Patria en
incipiente formación.
La
Europa conocida hasta entonces se encontraba sumergida en las guerras
napoleónicas, embellecidas con las reformas borbónicas y el avance de las ideas
de liberación que daban el golpe de gracia necesario al viejo orden que ya no
daba respuestas a los intereses imperantes.
Cautivo
el Rey Fernando VII por Napoleón y abdicado el trono peninsular en favor de
“Pepe” Bonaparte, restaba hacer caer el último bastión de la corona: la Junta
Central de Sevilla, que finalmente así sucedió.
Las
noticias no tardaron en llegar a los sordos oídos del virrey Cisneros (había
perdido literalmente la audición en una de las tantas batallas libradas en
Europa) que en vano, intento ocultarlas del naciente protagonismo del pueblo criollo
en la escena política colonial que recibía la noticia como estocada final del
orden a deponer y cuyos modos de hacerlo saber se debatían en la jabonería de Hipólito
Vieytes.
En
esos debates, y en toda la semana de Mayo de 1810, adquirirá principal
protagonismo el hombre que cambió definitivamente el rumbo de los
acontecimientos y que al precio de su vida, dotará de identidad, símbolo,
moneda y color a nuestra Patria: D. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús
Belgrano.
Sin embargo, las ideas de Belgrano si bien son recordadas en esta especial y fundante fecha patriótica; o, en su defecto, apelando al reduccionismo histórico de la historiografía liberal dependiente del mitrismo como simplemente creador de la Bandera Nacional; es imperativo retroceder en el tiempo mas allá de 1810, para conocer el pensamiento del máximo prócer de éstos márgenes geográficos, oportunidad en que habiendo retornado con el titulo de abogado de la Universidad de Salamanca y empapado de las ideas liberales revolucionarias (y no en el entendimiento “liberal" de dependencia cipaya de la Generación del 80), ocuparía el cargo de Secretario del Consulado de Buenos Aires desde 1794 (con solo 23 años) hasta poco antes de la Revolución de Mayo en 1810.
El
Pensamiento de D. Manuel Belgrano
D.
Manuel Belgrano, extraordinario estadista, político pensador, abogado y
estratega militar (aún en el reconocimiento de sus propias dotes castrenses),
fundador de nuestra Patria; fue un hombre que, lejos del nivel intelectual de
la clase política en la actualidad, no pensaba ni accionaba en pos de
mantenerse en el poder ni en próximas elecciones, sino que pensó siempre en las
generaciones futuras que tendrían la honorable tarea de construir la Patria que
sus ideas y acciones fundarían.
Reflexionar
en éste día en el pensamiento de Belgrano debiera ser imperativo moral de todos
los argentinos y todas las argentinas. En especial, de la clase dirigencial de
escasa virtud intelectual.
Abarcar todo el pensamiento de Belgrano escapa los objetivos del presente, ya que fue un hombre que empapado de la Ilustración, sus obras resultan bastas en diferentes áreas. Sin embargo, en estos tiempos de pandemia mundial en que la “educación” se erigido como capricho político electoral; merecemos recordar y reflexionar lo que D. Manuel Belgrano pensaba de éste formidable propósito.
La
educación en D. Manuel Belgrano
Toda
la vida y obra de D. Manuel es pedagógica y ejemplo de honradez intelectual y
moral, tan desconocidas y escasas en hombres y mujeres de los tiempos
presentes.
Al
tomar posesión del cargo de Secretario del Consulado de Buenos Aires en 1794,
pensó en esta oportunidad como el bastión en donde desarrollar y difundir sus
ideas liberales y revolucionarias. Así, éste gran y verdadero maestro (y no
como el farsante sanjuanino) se preocupó por fomentar el desarrollo de la agricultura,
la industria y el comercio, la educación y el bienestar de los hombres y
mujeres de la colonia a partir del desarrollo económico y sin perder de eje el
aspecto social de su monumental obra.
Belgrano
era un adelantado en sus tiempos -incluso en los presentes- que sabia que para
lograr el bienestar, no sólo material sino también a nivel humano, es necesario
fomentar la educación, en los diferentes niveles. Así es que propicia la
creación de una Escuela Práctica de Agricultores y otra de Comercio, la escuela
Náutica y de Dibujo que, en el marco de un orden conservador en decadencia cuya
hora final estaba ya sentenciada en el devenir histórico, por falta de
presupuesto y de aprobación no lograrían concretarse. La Escuela de Dibujo,
establecida en 1799 y cerrada en 1802, no tuvo éxito en la selección del
docente apropiado. La Escuela de Náutica, abierta en 1799, dirigida por el
ingeniero Pedro Cerviño, logró el apoyo económico de un grupo de comerciantes
innovadores.
La
sensibilidad social de D. Manuel le permitía observar que el trabajo solo no
era suficiente para el bienestar de la colonia, si sus habitantes no accedían a
la educación pues, bien pensaba Belgrano que el desarrollo económico, la
industria y el comercio no se lograría solo con trabajo si no asistía en su
sustento la educación. Así por ejemplo decía “…Esos miserables ranchos donde
se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse
ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último
punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas
gratuitas, a donde puedan los infelices mandar sus hijos, sin tener que
pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podrán dictar buenas
máximas, e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la
ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria”.
Además,
el cuidado de las escuelas gratuitas debía confiarse “a aquellos hombres y
mujeres que, por oposición, hubiesen mostrado su habilidad y cuya conducta
fuese de público y notorio irreprensible”. El Consulado debía velar sobre
“las operaciones de maestros y maestras”.
La
preocupación de Belgrano por los niños era tal que insistía en que estos
accedan a los conocimientos básicos de las matemáticas y religión para luego
especializarse en oficios y continuar sus estudios en la infructuosa Escuela de
Dibujo. La escuela no debía limitarse a enseñar a leer y escribir a los alumnos
sin que dichos objetivos formen hombres para el desarrollo económico de la Patria
inspirados en la verdad. Con respecto a los infantes y el acceso a la verdad
que solo se logra educación mediante, dirá que “Los niños miran con fastidio
las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su
ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero
con un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la
memoria de la escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo,
se les haría mucho más aborrecible este funesto teatro de la opresión de su
espíritu inquieto y siempre amigo de la verdad. ¡Triste y lamentable estado
el de nuestra pasada y presente educación! Al niño se lo abate y castiga en las
aulas, se le desprecia en las calles y se le engaña en el seno mismo de su casa
paternal. Si deseoso de satisfacer su curiosidad natural pregunta alguna cosa,
se le desprecia o se le engaña haciéndole concebir dos mil absurdos que
convivirán con él hasta su última vejez”
Pero
las ocupaciones de Belgrano en materia de educación no se limitaban a sus
métodos, objetivos y formación docente para el cuidado de las escuelas
gratuitas (públicas) y la supervisión del Consulado. Pues, aquejaba su
pensamiento además el modo de distribución geográfica de las escuelas: “Estas
escuelas debían ponerse con distinción de barrios, y debían promoverse en todas
las ciudades, villas y lugares que están sujetas a nuestra jurisdicción, comisionando
para ello a los diputados, y pidiendo auxilio al excelentísimo señor virrey, a
fin de que comunicase sus órdenes para que todos los gobernadores y demás jefes
cooperasen a estos establecimientos tan útiles”.
Belgrano
también se ocupaba de la educación femenina para lo que proponía la creación de
escuelas gratuitas para niñas, en donde se les enseñaría a leer,
escribir, bordar, coser, etc., para combatir en ellas la ociosidad, y hacerlas
útiles en su hogar, y permitirles ganarse la vida en forma decorosa y
provechosa.
Para
dar ocupación a las gentes pobres y especialmente a los niñas, Belgrano
señalaba la utilidad de escuelas de hilar lanas. Además, Belgrano era un
convencido de la educación de las niñas que el día de mañana serian las mujeres
a cuyo cargo primario de enseñanza impartirían a los futuros hombres de la
Patria.
Fue
entonces D. Manuel Belgrano el verdadero Padre de la Escuela Primaria en
Argentina y propulsor del sistema educativo argentino en todos sus niveles como
motor de desarrollo económico de la agricultura, el comercio y la industria
proveyendo al bienestar material y social del Pueblo.
Es
imperioso siempre tener presente el pensamiento de D. Manuel que desde 1796 venia
pregonando y solo así rendiremos homenaje a su dignidad usurpada -en materia
educativa- por la historiografía liberal de naturaleza cipaya que enarbola la
obra su vocero del odio y operador extranjero.
Reflexionar
la importancia de la educación que propulsaba Belgrano ya en 1796, en tiempos
presentes donde se debate caprichosamente las aulas y la enseñanza de niños y
niñas como sortija electoral, deviene en imperativo moral y ciudadano de todos
y todas que seguimos soñando con la promitente Patria de sus fundadores
adecuadas a los presentes avances de los tiempos de hoy.
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