Por el Dr. Diego Encina *
Corría
el año 1919 en la línea de tiempo de la cultura occidental. Eran tiempos turbulentos
en el mundo y claro, también en nuestra
incipiente Nación en proceso –constante y permanente- de formación.
Había
ya finalizado la Gran Guerra, es
decir, aquella Primera Guerra Mundial que tendrá “nuevos” vencedores y “viejos”
vencidos y que posicionará de ahora en más y a la actualidad, a los Estados
Unidos de Norte América como potencia mundial de primer orden en el lucro
abastecedor de alimentos y préstamos financieros a países vencidos y
vencedores. El negocio bélico resulto benefactor. Al menos, para uno,
evidentemente.
En
ese estado de situación al final de la Gran
Guerra los países “aliados”, es decir, los del bando “ganador” del teatro bélico,
se reunían en París, en el Palacio de Versalles para tratar en el orden del día
el reparto de Europa y sus colonias, determinar las abusivas y exorbitantes cargas
pecuniarias a la humillada Alemania quien correría con los altos costos de la
guerra y; se consensuaban los lineamientos de acción y neutralización a la
Revolución Bolchevique ocurrida hacia muy poco y que amenazaba al ordenado mundo
cristiano y burgués con pintar de color rojo sangre a todo occidente. Finalmente,
se pintó de sangre y no de color rojo, justamente. Esta Revolución daría
nacimiento por primera vez en la historia universal al primer Estado Socialista
del mundo: la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En
el orden interno nacional, la clase media detentaba los destinos de la Nación
en el deseado Sillón de Rivadavia. Gobernaba por aquellos años Don Hipólito
Yrigoyen, más conocido por sus detractores como “El Peludo”. Yrigoyen, quien
había tenido importante participación en la Revolución del Parque (1890), era buen
acreedor del descontento y la desconfianza de las clases y castas más rancias y
conservadoras del país que entendían a la Patria acorralada por los alambrados
que delimitaban sus latifundios y a los productos exportados a la Europa del
reparto. A la vez, entendían a la Nacionalidad como el odio más visceral a todo
“elemento extranjero” o “elemento de ideas disolventes”, y si
era rojo, trabajador y pobre, aquella rara nacionalidad se tornaba amor por la
Patria. Rara también ésta. En pocas palabras, ésta clase prontamente golpista y
entreguista si bien habían perdido su gerencia en las oficinas de Balcarce 50, aún
detentaban todos los hilos y resortes del poder. Y como es natural al ser
humano, y más si se es argentino, quien lo detenta no se desprende de él tan
fácilmente por postulados electorales e ideas de democracia y república que no
encuadraran en la estrechez intelectual de la clase conservadora tan afín a las
bibliotecas inmensas y poco adeptas a las lecturas concentradas.
Hacía
calor en Buenos Aires. La tensión aumentaba aquellos días de enero de 1919. La
sangre obrera daría color a las calles porteñas. Y el Tte. Gral. Luis Dellepiane
daría la “patriótica” orden de masacrar a quienes creían que podían pedir
mejoras de condiciones laborales. Esto no era Rusia. Era la Argentina de
inicios del siglo XX. Eran los tiempos de la “Semana Trágica”.
El
rio de sangre, pobre y obrera, despertó los escondidos sentimientos de culpas
en las “damas de la alta suciedad” o de “beneficencia” que junto a los dueños de la palabras del Señor Todo Poderoso, dieron
inicio a una mezquina colecta para dar limosnas a los pobres, a las familias de
los asesinados por la matanza que aún yacían en duelo. Un “gran” acto de beneficencia
y de solidaridad Argentina. Bien argentina.
Mientras
tanto, en el desconocido sur patagónico argentino –aunque no para extranjeros
exterminadores de nativos y latifundistas- se comenzaban a gestar las primeras
reivindicaciones por mejoras de las condiciones de trabajo de las peonadas y
por primera vez –nunca repetida al momento-, se concretaría, aunque
limitadamente, los deseos de la Tercera Internacional, esto es, la solidaridad
mancomunada de la clase trabajadora internacional en las reivindicaciones
sociales. Y como todo final de la época de entonces, no tendría excepciones a
la hora de contar muertos. Así se gestaba los comienzos de la Patagonia Trágica.
Volviendo
a Buenos Aires, a la Buenos Aires rural de aquel sacudido año 1919, en una
lluviosa mañana del 7 de mayo, hace cien años en el campo “La Unión”, cercano a
la localidad bonaerense de Los Toldos, partido de General Viamonte, siendo aproximadamente
las 5 de la mañana, venía al mundo una niña destinada por la Patria y su Pueblo
a llenar con dignidad los corazones de las vidas más humildes de la Nación. El
primer llanto que aquella niña daba a conocer al afuera encarnaría la voz y la
esperanza de “Livertá” que los ríos de sangres aquel lejano año 19 del siglo XX
intentaba inundar. Venía así al mundo, a nuestro suelo, la niña que siendo
mujer transformaría para siempre “caridad y beneficencia” por Justicia Social. Nacía María Eva Duarte. “Cholita” para su familia. “Chinita
querida” para el Gral. Juan D. Perón. Pero a quien finalmente “el pueblo la
llamaba cariñosamente Evita”,
para siempre.
Hoy,
a la Jefa Espiritual de nuestra Patria, su descamisado Pueblo le rinde homenaje
al centenar aniversario de su natalicio.
Hace
cien años no nacía solamente una simple niñita que los años y los fracasos
adolescentes convertirían en implacable mujer para cambiar los verdaderos
destinos del Pueblo humilde. Nacía, entre los ecos de las tragedias y las voces
perdidas, el emblema de Esperanza y
Libertad que reivindicará, y ahora sí para quedarse, las mejoras de las
condiciones sociales de la clase trabajadora para siempre.
“Con Evita en el corazón”,
homenajeamos su natalicio a cien años de aquel 7 de mayo de 1919 que vino a enseñar
y predicar a sus descamisados, a aquellos antes y a nosotros hoy, lo que
significa JUSTICIA SOCIAL.
* Abogado, cofundador de Nace un Derecho.
Maravilloso recordatorio de quién aya sido referente indiscutible del derecho de la mujer.
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