martes, 7 de mayo de 2019

En el centésimo aniversario del natalicio de la Jefa Espiritual de la Nación: Evita


Por el Dr. Diego Encina *


Corría el año 1919 en la línea de tiempo de la cultura occidental. Eran tiempos turbulentos en el mundo y claro, también  en nuestra incipiente Nación en proceso –constante y permanente- de formación.

Había ya finalizado la Gran Guerra, es decir, aquella Primera Guerra Mundial que tendrá “nuevos” vencedores y “viejos” vencidos y que posicionará de ahora en más y a la actualidad, a los Estados Unidos de Norte América como potencia mundial de primer orden en el lucro abastecedor de alimentos y préstamos financieros a países vencidos y vencedores. El negocio bélico resulto benefactor. Al menos, para uno, evidentemente.

En ese estado de situación al final de la Gran Guerra los países “aliados”, es decir, los del bando “ganador” del teatro bélico, se reunían en París, en el Palacio de Versalles para tratar en el orden del día el reparto de Europa y sus colonias, determinar las abusivas y exorbitantes cargas pecuniarias a la humillada Alemania quien correría con los altos costos de la guerra y; se consensuaban los lineamientos de acción y neutralización a la Revolución Bolchevique ocurrida hacia muy poco y que amenazaba al ordenado mundo cristiano y burgués con pintar de color rojo sangre a todo occidente. Finalmente, se pintó de sangre y no de color rojo, justamente. Esta Revolución daría nacimiento por primera vez en la historia universal al primer Estado Socialista del mundo: la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En el orden interno nacional, la clase media detentaba los destinos de la Nación en el deseado Sillón de Rivadavia. Gobernaba por aquellos años Don Hipólito Yrigoyen, más conocido por sus detractores como “El Peludo”. Yrigoyen, quien había tenido importante participación en la Revolución del Parque (1890), era buen acreedor del descontento y la desconfianza de las clases y castas más rancias y conservadoras del país que entendían a la Patria acorralada por los alambrados que delimitaban sus latifundios y a los productos exportados a la Europa del reparto. A la vez, entendían a la Nacionalidad como el odio más visceral a todo “elemento extranjero” o “elemento de ideas disolventes”, y si era rojo, trabajador y pobre, aquella rara nacionalidad se tornaba amor por la Patria. Rara también ésta. En pocas palabras, ésta clase prontamente golpista y entreguista si bien habían perdido su gerencia en las oficinas de Balcarce 50, aún detentaban todos los hilos y resortes del poder. Y como es natural al ser humano, y más si se es argentino, quien lo detenta no se desprende de él tan fácilmente por postulados electorales e ideas de democracia y república que no encuadraran en la estrechez intelectual de la clase conservadora tan afín a las bibliotecas inmensas y poco adeptas a las lecturas concentradas.

Hacía calor en Buenos Aires. La tensión aumentaba aquellos días de enero de 1919. La sangre obrera daría color a las calles porteñas. Y el Tte. Gral. Luis Dellepiane daría la “patriótica” orden de masacrar a quienes creían que podían pedir mejoras de condiciones laborales. Esto no era Rusia. Era la Argentina de inicios del siglo XX. Eran los tiempos de la “Semana Trágica”.

El rio de sangre, pobre y obrera, despertó los escondidos sentimientos de culpas en las “damas de la alta suciedad” o de “beneficencia” que junto a los dueños  de la palabras del Señor Todo Poderoso, dieron inicio a una mezquina colecta para dar limosnas a los pobres, a las familias de los asesinados por la matanza que aún yacían en duelo. Un “gran” acto de beneficencia y de solidaridad Argentina. Bien argentina.
Mientras tanto, en el desconocido sur patagónico argentino –aunque no para extranjeros exterminadores de nativos y latifundistas- se comenzaban a gestar las primeras reivindicaciones por mejoras de las condiciones de trabajo de las peonadas y por primera vez –nunca repetida al momento-, se concretaría, aunque limitadamente, los deseos de la Tercera Internacional, esto es, la solidaridad mancomunada de la clase trabajadora internacional en las reivindicaciones sociales. Y como todo final de la época de entonces, no tendría excepciones a la hora de contar muertos. Así se gestaba los comienzos de la Patagonia Trágica.

Volviendo a Buenos Aires, a la Buenos Aires rural de aquel sacudido año 1919, en una lluviosa mañana del 7 de mayo, hace cien años en el campo “La Unión”, cercano a la localidad bonaerense de Los Toldos, partido de General Viamonte, siendo aproximadamente las 5 de la mañana, venía al mundo una niña destinada por la Patria y su Pueblo a llenar con dignidad los corazones de las vidas más humildes de la Nación. El primer llanto que aquella niña daba a conocer al afuera encarnaría la voz y la esperanza de “Livertá” que los ríos de sangres aquel lejano año 19 del siglo XX intentaba inundar. Venía así al mundo, a nuestro suelo, la niña que siendo mujer transformaría para siempre “caridad y beneficencia” por Justicia Social. Nacía María Eva Duarte. “Cholita” para su familia. “Chinita querida” para el Gral. Juan D. Perón. Pero a quien finalmente “el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”, para siempre.

Hoy, a la Jefa Espiritual de nuestra Patria, su descamisado Pueblo le rinde homenaje al centenar aniversario de su natalicio.

Hace cien años no nacía solamente una simple niñita que los años y los fracasos adolescentes convertirían en implacable mujer para cambiar los verdaderos destinos del Pueblo humilde. Nacía, entre los ecos de las tragedias y las voces perdidas, el emblema de Esperanza y Libertad que reivindicará, y ahora sí para quedarse, las mejoras de las condiciones sociales de la clase trabajadora para siempre.

“Con Evita en el corazón”, homenajeamos su natalicio a cien años de aquel 7 de mayo de 1919 que vino a enseñar y predicar a sus descamisados, a aquellos antes y a nosotros hoy, lo que significa JUSTICIA SOCIAL.


* Abogado, cofundador de Nace un Derecho.

1 comentario:

  1. Maravilloso recordatorio de quién aya sido referente indiscutible del derecho de la mujer.

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