Por Diego Encina[1 y Hernán Mirasole
El avasallador avance y sin escalas de la “sociedad de la información”, los efectos de la pandemia en las relaciones y modos de trabajo, la descentralización del trabajo de oficina –o su distorsión-, la necesidad de maximizar los procesos productivos, las jornadas legales de labor ya obsoletas y en franco desapego con el avance tecnológico de disponibilidad, entre muchos otros factores intrínsecos y extrínsecos de las relaciones laborales; han venido no solo para quedarse, sino también a desconocer los límites de los ámbitos de la vida de relación espacial y temporal de los trabajadores y de las trabajadoras.
Las
relaciones laborales, como decíamos, es uno de los ámbitos donde la tecnología ha impactado de
manera sustancialmente transformadora en los últimos 60 años. Sin embargo, la
legislación en la materia no ha acompañado, en un todo, a ese proceso evolutivo y de
injerencia tecnológica; por el contrario, ha optado por “paliar” situaciones “sobre el andar”.
Las remuneraciones, en sentido opuesto, han ido en retroceso o, lo que es mejor
decir, han perdido invariablemente –salvo escasos períodos primaverales- poder
adquisitivo y dejado de ser acompañadas por el proceso de injerencia tecnológica y la legislación.
Atravesamos
tiempos que no reconocen límites entre el ámbito privado y público de las
personas. Internet es claro ejemplo de ello en cuanto a su empleo como el
ojo del “gran hermano” panóptico que todo lo ve y lo sabe. Pero también, ha
influido en confusión de los ámbitos sociales y familiares, por una parte; y el
ámbito laboral, por otra.
La
actualidad enseña que se transita hacia una “semana laboral continua” desde el
punto de vista de la producción y; desde la labor propiamente dicha.
Este
factor se observa desde dos aristas bien diferenciadas: el empresario y
empresaria y; el trabajador y trabajadora.
Desde el punto de vista empresarial se intenta maximizar los niveles y procesos de producción y minimizar las interrupciones temporales de esos procesos. En pocas palabras, se busca que la actividad laboral no cese pues, si cesa, también cesa la producción. Para tal cometido se vienen implementando distintas maneras de reorganización del trabajo –facultad del empleador siempre-. El trabajo remoto o a distancia es una de ellas. Pero también lo es el sistema de trabajo por turnos en aquellos rubros que requieren necesariamente la presencialidad física de la mano de obra. De esta manera, se podría decir que se trabaja las 24 horas de la jornada. Una de las limitaciones con que se encuentra el empleador es sin dudas la imposibilidad de explotar la fuerza de trabajo. Entonces, se busca dividir las jornadas de trabajo en turnos de 8 u 12 horas con descansos rotativos. Sucede de antaño por ejemplo en el rubro de seguridad física.
Lo
mismo ocurre con el trabajo a distancia o remoto. Esta modalidad viene a
confundir –o fusionar- el ámbito de trabajo y el ámbito familiar, a la vez que
extiende aún más la jornada de trabajo diaria. Se trabaja así en el mismo lugar
en que se atiende –si se puede- a la familia, o la visita. Si bien en una
primera aproximación, pareciera ser incluso más “cómodo” para el trabajador o la
trabajadora que no debe trasladarse a la oficina con todo lo que ello implica
en las grandes ciudades; en lo mediato suele ser más perjudicial para la salud
y las relaciones familiares.
Desde
el punto de vista del trabajador o la trabajadora, por el contrario y como
dijimos, pasa a ganar en comodidad lo que pierde en salud y prosperidad
familiar y social. Viene a encontrarse en situación de “esclavitud moderna” del trabajo en su propia
“cárcel” hogareña, pues; justamente, la facilidad de cumplir las tareas –ya no
la jornada en si misma- laborales desde un simple ordenador o dispositivo
móvil, viene a romper la barrera entre lo familiar y lo laboral. Estando
pendiente constantemente de atender los llamados o los correos electrónicos o
similares que demanden las actividades remotas.
Para
aquellas personas que trabajan por turnos rotativos sucede un tanto mayor. La modalidad
del trabajo viene a romper los límites del descanso o la conciliación del sueño.
Se afectan así, los metabolismos y se provocan trastornos alimenticios y
de sueño, entre otros.
A
todo esto, se mantienen jornadas de 8 horas o más inclusive, como si el
avance tecnológico en el tiempo y en las relaciones laborales en particular no
hubieran impactado. La remuneración, en cambio, experimenta adquisitivamente
poder de compra o de valor a la baja. Sobre todo en países adictos a los
efectos inflacionarios como el nuestro.
La
“flexibilidad” laboral noventista ya no solo toca la puerta a través de poco pensados proyectos de eliminación de indemnizaciones, facilidades de despidos y contrataciones; sino
a través de confusión de los límites de la vida familiar y biológica de las
personas y sus ámbitos de trabajo.
Todo
ello con efectos devastadores ya no solo para el bolsillo –“flexibilidad”
laboral tradicional- sino para la salud y las relaciones biológicas y sociales
de las personas –“flexibilidad” laboral renovada-.
Es
necesario entonces una reforma integral del sistema laboral vigente que
proporcione mayor protección a la salud, a la economía y a las relaciones de
los trabajadores y trabajadoras y que permita, también y a su vez, maximizar la
producción nacional. Encontrar el equilibro sin ceder desde la parte más débil,
es el desafío de ahora.
[1]
Abogado. Socio Fundador Asociación Civil Nace un Derecho. Secretario General.
Director Instituto Castelli de Formación Jurídica.
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