Por Diego Ramón Encina y Adolfo Tonin Monzón
La “temporalidad” del trabajo no resulta valorada sin discriminaciones cuando de cuestiones de género se
trata. En ese universo, intentaremos indagar en las prácticas aceptadas
cotidianas para descorrer el velo sobre lo que tras aquellas se esconde, esto
es, que el trabajo de la mujer solo valoramos –en dimensión parcializada- si
supera el umbral de lo privado y es puesto a disposición del mercado sumiso a
sus reglas mercantiles.
El Siglo XXI, se nos presenta
con la conformación de un “novedoso”[1] fenómeno
social y cultural que a fuerza de reivindicaciones masivas de derechos, puja
por la aceptación de un nuevo paradigma estructural. Inicialmente en los hechos
y, progresivamente en el entramado legal, viene conquistando espacios y alimentando
la esperanza de que una sociedad progresivamente más equitativa, es accesible
–no sin reparos-. Empero esto, solo es posible imaginar un futuro así cuando
las herramientas de lucha son concretas y obedecen a un ideal de justicia
social y equitativa que logra cuestionar las estructuras impuestas.
El tiempo y el espacio han
seducido, por su parte y desde antaño, a los grandes pensadores del universo físico
y los fenómenos sociales. Pues, todo ocurre en un momento determinado
respetando un orden secuencial.
El presente trabajo, apelando a
la honestidad intelectual, no resulta original del autor.
Pero sí pretende
invitar a la reflexión del lector aportando sencillez y claridad en la lección,
desnudando los velos que nublan el estudio y análisis profundo de las
estructuras hoy, cuestionadas y puestas en crisis. ¡En buenahora!
La
(des)valoración temporal y espacial del trabajo cuando de cuestiones de género
se trata
El trabajo, es aquella actividad
que implica la puesta a disposición de la fuerza humana laboral (mano de obra
para el capital), en virtud de la cual se percibe por ello una remuneración,
generalmente valorizado en términos de dinero. En virtud de ello, el trabajo no
necesariamente implica el movimiento físico y mecánico del cuerpo en pos de una
acción transformadora en el mundo material, sino, su mera puesta a disposición “para
otro” –capitalista o dueño de los factores de producción que los organiza-,
resulta suficiente para habilitar el derecho de percibir por ello, una
remuneración.
En el extremo opuesto,
observamos que la remuneración es la prestación que se percibe por la puesta a
disposición de la fuerza laboral humana.
Con la aparición de la sociedad
industrializada, allá por fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX; las
estructuras de poder y de control, la forma de producción y el intercambio de bienes
y de servicios en el mercado, acompañaron un proceso de profunda transformación
que influía innegablemente en las formas de relación. Así, en ese contexto, es
que surge la “fragmentación del
tiempo”, se abre paso a la consideración y conceptualización del tiempo como un valor de cambio en el
mercado. A criterio del autor, no es la fuerza de trabajo el verdadero valor
mercantil, sino el segmento de tiempo vida que el “obrero” pone a disposición
del dueño de los factores de producción, el cual los organiza para que devengan
en bienes y servicios que serán intercambiados en el mercado mediante la
comercialización a un valor mercantil determinado.
Así surge el tiempo cronometrado sujeto a la
capacidad de producir en ese tiempo. Como oposición a éste tiempo lineal y
verticalista, encontramos el ocio. Es
decir, el tiempo no productivo. El tiempo durante el cual, nada producimos (?)[2].
Es con ésta conceptualización
del tiempo que se elaboran las
categorías encasilladas –y encasilladoras- que el discurso retroalimentante ha
puesto como base a las estructuras actuales que, en buena hora, son puestas en
crisis. Así, la historia resalta a “el obrero”, “el trabajador”, “el mercado”,
“el comercio”, y así podríamos seguir. Es decir, surge la masculinización de categorías que hoy, en forma cotidiana,
consideramos “incorporadas” o bien, las “naturalizamos”.
Entonces, “el hombre”, es decir,
“el obrero”, es aquel que emplea parte de su tiempo vida para producir bienes y
servicios que serán comercializados en el mercado –capitalista-. A su vez, por
el empleo de su tiempo vida segmentado y fragmentado, recibe dinero que a su
vez, le servirá para adquirir aquellos bienes y servicios que su costo tiempo/vida
ha producido[3].
El hombre así es arrojado a la “naturalización” de “proveedor”. Traducido en una oración, es “el
esposo que sale a trabajar para proveer a su familia de elementos de
sustento indispensables para la vida”. En éste contexto decimónico de las
categorías masculinas del trabajo y el capital, “la mujer”, tiene su tiempo
y espacio: el hogar, la cocina, la dedicación a la crianza de sus
hijos y el cuidado del marido o de su madre enferma o ya anciana, o de ambos,
etc. Ésta es la conceptualización por excelencia de la familia decimónica que,
con ciertos cuestionamientos, se mantienen incólume al día de hoy.
La mujer, entonces, es quien NO TRABAJA. Es quien “complementa” la actividad de proveedor
al hombre que TRABAJA en la fábrica, en la empresa, en el taller, etc. El espacio donde transita la mujer su tiempo “improductivo” es en el hogar, es
en el ámbito privado intra-hogar. Sus
actividades domésticas son “labores” o “tareas
del hogar”, no son reconocidas ni remuneradas como “trabajo”. El hombre, desenvuelve la productividad
de su tiempo en la fábrica (espacio).
El tiempo de la mujer hogareña se nos presenta así como tiempo circular. Como lo rutinario.
Aquello que mañana hay que volver a realizar en el mismo espacio y tiempo empleado ayer: bañar a los hijos a
determinada hora, cocinar en cierto horario, enviarlos a la escuela a la hora
indicada, preparar la camisa del esposo para el empleo del día siguiente,
ayudar a los hijos con sus tareas antes de dormir, limpiar la casa, las
vasijas, lavar la ropa, y demás. El tiempo
del hombre, como dijimos, se nos presenta como tiempo cronometrado: en determinado tiempo horario debe producir
determinada cantidad de bienes y/o servicios.
En esta conceptualización del tiempo y espacio, trabajo, es aquella actividad remunerada que
implica la fragmentación del tiempo vida en un espacio determinado. Todo lo
demás, es ocio. Es empleo de tiempo no productivo. Es ese el tiempo asignado
a la “ama de casa”.
Ahora bien, esto que antes
señalábamos es lo que se conoce como: división
sexual del tiempo y del trabajo. Es decir, el tiempo y espacio del hombre y
la mujer son valorados en forma distinta y considerados en forma diferentes. Es
decir, son antagónicos o complementarios para el discurso tibio, o discriminados
peyorativamente el discurso crítico.
El
tiempo y espacio del hombre
El hombre, dijimos, tiene un
tiempo lineal. Fragmenta su tiempo para convertir materia prima en bienes y
servicios para el uso y consumo por el cual percibe una remuneración
determinada. Por ende, el tiempo del hombre es valorado en el mercado, resulta así,
mercantilizado. Es un valor de cambio pues, el tiempo del hombre es productivo
para él, para su familia, para el Estado. Se considera el tiempo en el hombre
por la cantidad de bienes y servicio que produce en el espacio durante el
tiempo empleado. El tiempo del hombre transcurre –conceptualizado como trabajo
remunerado y reconocido- en lo público, fuera del hogar, es decir, en el
mercado de intercambio.
El
tiempo y espacio de la mujer
La mujer, dijimos, tiene un
tiempo circular (rutinario, repetitivo). No transforma su tiempo en bienes y
servicios destinados al uso y el consumo. Por ende, no percibe remuneración,
entonces, no es reconocido como tal. No es trabajo empleado en el tiempo, sino
“tareas del hogar” o “labores” o “quehaceres”. Al ser tiempo no productivo, no está
valorado por el mercado. A contrario lo que ocurre con la determinación del trabajo
del hombre, el de la mujer, no se reconoce por lo que hace, sino por lo que no
hace o ha dejado de hacer: no baño a los hijos, no cocino en horario, no
limpio, no lavo en la tarde, etc.
Ahora bien. Esta
conceptualización rutinaria del tiempo y espacio de la mujer, que dijimos, no
es reconocido y por ende, no es remunerado, y el mercado por ello no le asigna
valor mercantilizado, cuando se busca en el mercado, resultan que sí tienen
valor. Veámoslo con un sencillo ejemplo: el cuidado de la mujer a los hijos no
es remunerado ni mucho menos considerado trabajo pues, es “natural” que si
tiene hijos, debe cuidarlos. Sería algo similar a locura pretender remunerar el
cuidado que la madre dispensa a sus hijos. Ni que hablar si se quiere remunerar
la limpieza, la comida, la ropa planchada, la ayuda en las tareas de sus hijos,
el cuidado de su madre, y seguiríamos. Sin embargo, si salimos a buscar una
niñera, una cuidadora, un personal de maestranza, una educadora o “maestra de
apoyo escolar”, podemos con seguridad destacar dos realidades:
-
Se
encuentran valorados por el mercado.
-
Quien
ofrece –estadísticamente- dichos empleo de tiempo, son por lo general, mujeres.
He aquí el quid de la cuestión.
No resulta entonces que el tiempo circular de la mujer “ama de casa” (espacio)
no es productivo ni remunerado ni reconocido. Si no, que sí lo son (productivos,
remunerados y reconocidos) cuando salen de la esfera privada para ofertarlas en
lo público, es decir, en el mercado, bajo el yugo preformado del concepto
capitalista. Mientras se mantengan intrahogar no serán reconocidos ni
remunerados, no serán trabajo porque no producen nada para la sociedad, son
simples “labores” o “tareas domésticas” que es “normal” que “la mujer” los
realice.
No
se considera así la enorme productividad del trabajo no remunerado de la mujer
en el hogar. Y sí es productivo, tan o más que lo que se considera como el
resultado de bienes y servicios pues, por ejemplo: preparan la mano de obra
futura que luego será aprovechada por el mercado consumista para remunerar el
tiempo fragmentado del niño que en éstos momentos está siendo gestado en el
vientre de la madre, o están cuidando a un posible “nobel”, presidente de la
Nación, etc.
Conclusión
Como dijeramos más arriba, la idea
no es original del autor, sino del resultado pensante de mujeres y hombres que
nos permiten reflexionar sobre ciertas categorías que hoy las adoptamos como
“que son así porque son así”.
El empleo de tiempo de la mujer
en el espacio privado del hogar merece ser reconocido y remunerado. Es
altamente productivo. Independientemente si lo ofrece en el mercado (publico) o
si lo despliega intra hogar.
Las mujeres, desde antaño, nos
vienen enseñando que la sociedad patriarcal ha aprovechado de categorías del
discurso para lograr la invisibilidad del rol verdadero y pujante que tiene y
debe ser reconocido en la mujer.
[1] En rigor de verdad no es nada novedoso, sino visible a
nivel masificador pues, los reclamos por las reivindicaciones de los derechos
de la mujer podemos rastrearlos desde fines del siglo XIX, tomando gran impulso
en el siglo XX y, siendo un verdadero factor social y político de cambio en el
siglo XIX –juicio del autor-.
[2] Éste llamado refiere a la posibilidad de
cuestionamiento respecto a dos cuestiones: por un lado, si el ocio es realmente
no productivo. Por el otro, si realmente no producimos nada durante el ocio. Ello
escapa a la idea del presente trabajo, pero adelantamos que lejos de ser
considerado el ocio no productivo. Esa connotación negativa –de vagancia- le
fue heredada del resabio capitalismo.
[4] Éste llamado refiere a la posibilidad de
cuestionamiento respecto a dos cuestiones: por un lado, si el ocio es realmente
no productivo. Por el otro, si realmente no producimos nada durante el ocio. Ello
escapa a la idea del presente trabajo, pero adelantamos que lejos de ser
considerado el ocio no productivo. Esa connotación negativa –de vagancia- le
fue heredada del resabio capitalismo.
[5] Se
genera así un circulo vicioso consumista.
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