domingo, 6 de octubre de 2019

¿DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE TIEMPO Y ESPACIO DEL TRABAJO EN CUESTIONES DE GÉNERO?


Por Diego Ramón Encina y Adolfo Tonin Monzón

Introducción

La “temporalidad” del trabajo no resulta valorada sin discriminaciones cuando de cuestiones de género se trata. En ese universo, intentaremos indagar en las prácticas aceptadas cotidianas para descorrer el velo sobre lo que tras aquellas se esconde, esto es, que el trabajo de la mujer solo valoramos –en dimensión parcializada- si supera el umbral de lo privado y es puesto a disposición del mercado sumiso a sus reglas mercantiles.

El Siglo XXI, se nos presenta con la conformación de un “novedoso”[1] fenómeno social y cultural que a fuerza de reivindicaciones masivas de derechos, puja por la aceptación de un nuevo paradigma estructural. Inicialmente en los hechos y, progresivamente en el entramado legal, viene conquistando espacios y alimentando la esperanza de que una sociedad progresivamente más equitativa, es accesible –no sin reparos-. Empero esto, solo es posible imaginar un futuro así cuando las herramientas de lucha son concretas y obedecen a un ideal de justicia social y equitativa que logra cuestionar las estructuras impuestas.

El tiempo y el espacio han seducido, por su parte y desde antaño, a los grandes pensadores del universo físico y los fenómenos sociales. Pues, todo ocurre en un momento determinado respetando un orden secuencial.

El presente trabajo, apelando a la honestidad intelectual, no resulta original del autor. 

Pero sí pretende invitar a la reflexión del lector aportando sencillez y claridad en la lección, desnudando los velos que nublan el estudio y análisis profundo de las estructuras hoy, cuestionadas y puestas en crisis. ¡En buenahora!

La (des)valoración temporal y espacial del trabajo cuando de cuestiones de género se trata

El trabajo, es aquella actividad que implica la puesta a disposición de la fuerza humana laboral (mano de obra para el capital), en virtud de la cual se percibe por ello una remuneración, generalmente valorizado en términos de dinero. En virtud de ello, el trabajo no necesariamente implica el movimiento físico y mecánico del cuerpo en pos de una acción transformadora en el mundo material, sino, su mera puesta a disposición “para otro” –capitalista o dueño de los factores de producción que los organiza-, resulta suficiente para habilitar el derecho de percibir por ello, una remuneración.

En el extremo opuesto, observamos que la remuneración es la prestación que se percibe por la puesta a disposición de la fuerza laboral humana.

Con la aparición de la sociedad industrializada, allá por fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX; las estructuras de poder y de control, la forma de producción y el intercambio de bienes y de servicios en el mercado, acompañaron un proceso de profunda transformación que influía innegablemente en las formas de relación. Así, en ese contexto, es que surge la “fragmentación del tiempo”, se abre paso a la consideración y conceptualización del tiempo como un valor de cambio en el mercado. A criterio del autor, no es la fuerza de trabajo el verdadero valor mercantil, sino el segmento de tiempo vida que el “obrero” pone a disposición del dueño de los factores de producción, el cual los organiza para que devengan en bienes y servicios que serán intercambiados en el mercado mediante la comercialización a un valor mercantil determinado.

Así surge el tiempo cronometrado sujeto a la capacidad de producir en ese tiempo. Como oposición a éste tiempo lineal y verticalista, encontramos el ocio. Es decir, el tiempo no productivo. El tiempo durante el cual, nada producimos (?)[2].

Es con ésta conceptualización del tiempo que se elaboran las categorías encasilladas –y encasilladoras- que el discurso retroalimentante ha puesto como base a las estructuras actuales que, en buena hora, son puestas en crisis. Así, la historia resalta a “el obrero”, “el trabajador”, “el mercado”, “el comercio”, y así podríamos seguir. Es decir, surge la masculinización de categorías que hoy, en forma cotidiana, consideramos “incorporadas” o bien, las “naturalizamos”.

Entonces, “el hombre”, es decir, “el obrero”, es aquel que emplea parte de su tiempo vida para producir bienes y servicios que serán comercializados en el mercado –capitalista-. A su vez, por el empleo de su tiempo vida segmentado y fragmentado, recibe dinero que a su vez, le servirá para adquirir aquellos bienes y servicios que su costo tiempo/vida ha producido[3]. El hombre así es arrojado a la “naturalización” de “proveedor”. Traducido en una oración, es  “el esposo que sale a trabajar para proveer a su familia de elementos de sustento indispensables para la vida”. En éste contexto decimónico de las categorías masculinas del trabajo y el capital, “la mujer”, tiene su  tiempo y espacio: el hogar, la cocina, la dedicación a la crianza de sus hijos y el cuidado del marido o de su madre enferma o ya anciana, o de ambos, etc. Ésta es la conceptualización por excelencia de la familia decimónica que, con ciertos cuestionamientos, se mantienen incólume al día de hoy.

La mujer, entonces, es quien NO TRABAJA. Es quien “complementa” la actividad de proveedor al hombre que TRABAJA en la fábrica, en la empresa, en el taller, etc. El espacio donde transita la mujer su tiempo “improductivo” es en el hogar, es en el ámbito privado intra-hogar. Sus actividades domésticas son “labores” o “tareas del hogar”, no son reconocidas ni remuneradas como “trabajo”. El hombre, desenvuelve la productividad de su tiempo en la fábrica (espacio).

El tiempo de la mujer hogareña se nos presenta así como tiempo circular. Como lo rutinario. Aquello que mañana hay que volver a realizar en el mismo espacio y  tiempo empleado ayer: bañar a los hijos a determinada hora, cocinar en cierto horario, enviarlos a la escuela a la hora indicada, preparar la camisa del esposo para el empleo del día siguiente, ayudar a los hijos con sus tareas antes de dormir, limpiar la casa, las vasijas, lavar la ropa, y demás. El tiempo del hombre, como dijimos, se nos presenta como tiempo cronometrado: en determinado tiempo horario debe producir determinada cantidad de bienes y/o servicios.

En esta conceptualización del tiempo y espacio, trabajo, es aquella actividad remunerada que implica la fragmentación del tiempo vida en un espacio determinado. Todo lo demás, es ocio. Es empleo de tiempo no productivo. Es ese el tiempo asignado a la “ama de casa”.

Ahora bien, esto que antes señalábamos es lo que se conoce como: división sexual del tiempo y del trabajo. Es decir, el tiempo y espacio del hombre y la mujer son valorados en forma distinta y considerados en forma diferentes. Es decir, son antagónicos o complementarios para el discurso tibio, o discriminados peyorativamente el discurso crítico.

El tiempo y espacio del hombre

El hombre, dijimos, tiene un tiempo lineal. Fragmenta su tiempo para convertir materia prima en bienes y servicios para el uso y consumo por el cual percibe una remuneración determinada. Por ende, el tiempo del hombre es valorado en el mercado, resulta así, mercantilizado. Es un valor de cambio pues, el tiempo del hombre es productivo para él, para su familia, para el Estado. Se considera el tiempo en el hombre por la cantidad de bienes y servicio que produce en el espacio durante el tiempo empleado. El tiempo del hombre transcurre –conceptualizado como trabajo remunerado y reconocido- en lo público, fuera del hogar, es decir, en el mercado de intercambio.

El tiempo y espacio de la mujer

La mujer, dijimos, tiene un tiempo circular (rutinario, repetitivo). No transforma su tiempo en bienes y servicios destinados al uso y el consumo. Por ende, no percibe remuneración, entonces, no es reconocido como tal. No es trabajo empleado en el tiempo, sino “tareas del hogar” o “labores” o “quehaceres”. Al ser tiempo no productivo, no está valorado por el mercado. A contrario lo que ocurre con la determinación del trabajo del hombre, el de la mujer, no se reconoce por lo que hace, sino por lo que no hace o ha dejado de hacer: no baño a los hijos, no cocino en horario, no limpio, no lavo en la tarde, etc.

Ahora bien. Esta conceptualización rutinaria del tiempo y espacio de la mujer, que dijimos, no es reconocido y por ende, no es remunerado, y el mercado por ello no le asigna valor mercantilizado, cuando se busca en el mercado, resultan que sí tienen valor. Veámoslo con un sencillo ejemplo: el cuidado de la mujer a los hijos no es remunerado ni mucho menos considerado trabajo pues, es “natural” que si tiene hijos, debe cuidarlos. Sería algo similar a locura pretender remunerar el cuidado que la madre dispensa a sus hijos. Ni que hablar si se quiere remunerar la limpieza, la comida, la ropa planchada, la ayuda en las tareas de sus hijos, el cuidado de su madre, y seguiríamos. Sin embargo, si salimos a buscar una niñera, una cuidadora, un personal de maestranza, una educadora o “maestra de apoyo escolar”, podemos con seguridad destacar dos realidades:

-          Se encuentran valorados por el mercado.

-          Quien ofrece –estadísticamente- dichos empleo de tiempo, son por lo general, mujeres.

He aquí el quid de la cuestión. No resulta entonces que el tiempo circular de la mujer “ama de casa” (espacio) no es productivo ni remunerado ni reconocido. Si no, que sí lo son (productivos, remunerados y reconocidos) cuando salen de la esfera privada para ofertarlas en lo público, es decir, en el mercado, bajo el yugo preformado del concepto capitalista. Mientras se mantengan intrahogar no serán reconocidos ni remunerados, no serán trabajo porque no producen nada para la sociedad, son simples “labores” o “tareas domésticas” que es “normal” que “la mujer” los realice.

No se considera así la enorme productividad del trabajo no remunerado de la mujer en el hogar. Y sí es productivo, tan o más que lo que se considera como el resultado de bienes y servicios pues, por ejemplo: preparan la mano de obra futura que luego será aprovechada por el mercado consumista para remunerar el tiempo fragmentado del niño que en éstos momentos está siendo gestado en el vientre de la madre, o están cuidando a un posible “nobel”, presidente de la Nación, etc.

Conclusión

Como dijeramos más arriba, la idea no es original del autor, sino del resultado pensante de mujeres y hombres que nos permiten reflexionar sobre ciertas categorías que hoy las adoptamos como “que son así porque son así”.

El empleo de tiempo de la mujer en el espacio privado del hogar merece ser reconocido y remunerado. Es altamente productivo. Independientemente si lo ofrece en el mercado (publico) o si lo despliega intra hogar.

Las mujeres, desde antaño, nos vienen enseñando que la sociedad patriarcal ha aprovechado de categorías del discurso para lograr la invisibilidad del rol verdadero y pujante que tiene y debe ser reconocido en la mujer.

La historia abre sus puertas. Ellas no enseñan el camino. Juntos lo habremos logrado.


[1] En rigor de verdad no es nada novedoso, sino visible a nivel masificador pues, los reclamos por las reivindicaciones de los derechos de la mujer podemos rastrearlos desde fines del siglo XIX, tomando gran impulso en el siglo XX y, siendo un verdadero factor social y político de cambio en el siglo XIX –juicio del autor-.
[2] Éste llamado refiere a la posibilidad de cuestionamiento respecto a dos cuestiones: por un lado, si el ocio es realmente no productivo. Por el otro, si realmente no producimos nada durante el ocio. Ello escapa a la idea del presente trabajo, pero adelantamos que lejos de ser considerado el ocio no productivo. Esa connotación negativa –de vagancia- le fue heredada del resabio capitalismo.
[Se genera así un circulo vicioso consumista.
[4] Éste llamado refiere a la posibilidad de cuestionamiento respecto a dos cuestiones: por un lado, si el ocio es realmente no productivo. Por el otro, si realmente no producimos nada durante el ocio. Ello escapa a la idea del presente trabajo, pero adelantamos que lejos de ser considerado el ocio no productivo. Esa connotación negativa –de vagancia- le fue heredada del resabio capitalismo.

[5] Se genera así un circulo vicioso consumista. 

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