miércoles, 3 de junio de 2020

3 de junio del 2020: Desde la Trinchera de la Violencia de Género, también nace un derecho.

                                                                                      
En la Argentina se produce un femicidio cada treinta horas.
Esas muertes perpetradas contra mujeres por el hecho mismo de serlo, se convierten en estadísticas; en números fríos que pasan desapercibidos en nuestra sociedad e invisibilizan cada vez más nuestra realidad de seres cuyas vidas son de pública disposición.
La sociedad, y el estado, desde sus instituciones por naturaleza machistas y patriarcales, no sólo fomentan esa violencia sino que la justifican en sus dogmas heteronormativos, arcaicos y sencillamente opresores y violentos.
Hoy es 3 de junio y se cumplen 5 años del momento en que las mujeres en Argentina decidimos alzar la voz al unísono y gritar sin pausa por todos nuestros derechos conculcados. Decidimos gritar y que nuestros gritos mil veces repetidos entre lágrimas y culpas en la intimidad de nuestras vidas personales se volvieran grito de guerra y de lucha. Grito decidido a no callarse nunca más.
A nosotras, como abogadas, estudiantes y mujeres del derecho y agentes de la justicia, la violencia que conmemora este día nos encuentra cotidianamente en la trinchera. Y es que la Justicia que debería llegar a subsanar errores pasados, a compensar el dolor de las víctimas, a atender sus reclamos y a ser digna de su magnífica función, no hace más que revictimizar y continuar violentando, humillando y dominando.
Y es que el rol de la Justicia en el abordaje de las violencias de género, tiene un carácter harto patriarcal. Así es como dependemos de la buena voluntad de los agentes de policía o de la OVD para poder hacer efectivas nuestras denuncias. Así es que después de haber vivido violencias múltiples y haberlas denunciado somos obligadas a “garantizar el contacto paterno filial” de nuestres hijes, como si fuera nuestra obligación lograr que quienes copaternan/maternan con nosotras, cumplan sus roles. Así después de años (a veces décadas) de violencia psicológica y hostigamiento, somos forzadas “por orden judicial” a cumplir con una terapia psicoanalítica, violentando una vez más nuestra intimidad más cruda como si fuéramos nosotras las que precisamos un “arreglo”. Como si fuera el deber de la víctima arreglar lo que el victimario rompió. Así es como luego de múltiples denuncias y episodios de agresión gravísimos, la única solución que recibimos es el refugio en unidades convivenciales, desnaturalizando la problemática y privándonos a nosotras de nuestra libertad cuando somos las víctimas de los delitos, el descontrol y la ira de alguien más. Cuando somos sin dudas ni remedios las víctimas del patriarcado.
Hoy en la pandemia, las cifras de muertes se multiplican y el sistema de justicia que normalmente funciona lento y desajustado, nos expulsa evaluando la oportunidad de nuestras denuncias en función del riesgo de vida que corremos, invisibilizándonos cada vez más. Dándonos cada vez más la espalda. Restando recursos al tratamiento de las violencias en todas las áreas. Y empujándonos en una espiral sin retorno a la violencia sistemática de la que, tal vez algunas ya no vuelvan.
Hoy más que nunca si estamos vivas, es por nosotras mismas y el empeño que hemos hecho en volvernos una sola. Hoy más que nunca nos sostienen las redes feministas que corren ante el riesgo inminente, que aportan, cuando salir de la violencia implica quedarse sin recurso económico alguno, que asesoran, contienen, abrazan y que luchan.
Las abogadas y estudiantes de Nace un Derecho, peleamos esta pandemia desde nuestra humilde trinchera de la Justicia, seguras de que ser red frente a ella, única entidad capaz de tomar decisiones que salven vidas en lo inmediato, es nuestro deber político, ideológico y sororo. Hoy más que nunca queremos ser NI UNA MENOS.





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