En
la Argentina se produce un femicidio cada treinta horas.
Esas
muertes perpetradas contra mujeres por el hecho mismo de serlo, se
convierten en estadísticas; en números fríos que pasan
desapercibidos en nuestra sociedad e invisibilizan cada vez más
nuestra realidad de seres cuyas vidas son de pública disposición.
La
sociedad, y el estado, desde sus instituciones por naturaleza
machistas y patriarcales, no sólo fomentan esa violencia sino que la
justifican en sus dogmas heteronormativos, arcaicos y sencillamente
opresores y violentos.
Hoy
es 3 de junio y se cumplen 5 años del momento en que las mujeres en
Argentina decidimos alzar la voz al unísono y gritar sin pausa por
todos nuestros derechos conculcados. Decidimos gritar y que nuestros
gritos mil veces repetidos entre lágrimas y culpas en la intimidad
de nuestras vidas personales se volvieran grito de guerra y de lucha.
Grito decidido a no callarse nunca más.
A
nosotras, como abogadas, estudiantes y mujeres del derecho y agentes
de la justicia, la violencia que conmemora este día nos encuentra
cotidianamente en la trinchera. Y es que la Justicia que debería
llegar a subsanar errores pasados, a compensar el dolor de las
víctimas, a atender sus reclamos y a ser digna de su magnífica
función, no hace más que revictimizar y continuar violentando,
humillando y dominando.
Y es
que el rol de la Justicia en el abordaje de las violencias de género,
tiene un carácter harto patriarcal. Así es como dependemos de la
buena voluntad de los agentes de policía o de la OVD para poder
hacer efectivas nuestras denuncias. Así es que después de haber
vivido violencias múltiples y haberlas denunciado somos obligadas a
“garantizar el contacto paterno filial” de nuestres hijes, como
si fuera nuestra obligación lograr que quienes copaternan/maternan
con nosotras, cumplan sus roles. Así después de años (a veces
décadas) de violencia psicológica y hostigamiento, somos forzadas
“por orden judicial” a cumplir con una terapia psicoanalítica,
violentando una vez más nuestra intimidad más cruda como
si fuéramos nosotras las que precisamos un “arreglo”. Como si
fuera el deber de la víctima arreglar lo que el victimario rompió.
Así es como luego de múltiples denuncias y episodios de agresión
gravísimos, la única solución que recibimos es el refugio en
unidades convivenciales, desnaturalizando la problemática y
privándonos a nosotras de nuestra libertad cuando somos las víctimas
de los delitos, el descontrol y la ira de alguien más. Cuando somos
sin dudas ni remedios las víctimas del patriarcado.
Hoy
en la pandemia, las cifras de muertes se multiplican y el sistema de
justicia que normalmente funciona lento y desajustado, nos expulsa
evaluando la oportunidad de nuestras denuncias en función del riesgo
de vida que corremos, invisibilizándonos cada vez más. Dándonos
cada vez más la espalda. Restando recursos al tratamiento de las
violencias en todas las áreas. Y empujándonos en una espiral sin
retorno a la violencia sistemática de la que, tal vez algunas ya no
vuelvan.
Hoy
más que nunca si estamos vivas, es por nosotras mismas y el empeño
que hemos hecho en volvernos una sola. Hoy
más que nunca nos sostienen las redes feministas que
corren ante el riesgo inminente, que aportan, cuando salir de la
violencia implica quedarse sin recurso económico alguno, que
asesoran, contienen, abrazan y que luchan.
Las
abogadas y estudiantes de Nace un Derecho, peleamos esta pandemia
desde nuestra humilde trinchera de la Justicia, seguras de que ser
red frente a ella, única entidad capaz de tomar decisiones que
salven vidas en lo inmediato, es nuestro deber político, ideológico
y sororo. Hoy más que nunca queremos ser NI UNA MENOS.
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